lunes, 17 de septiembre de 2012

Sin chaleco antibalas


Miguel Gil corre junto a un miliciano duranta la guerra de Bosnia en 1993
  
Quiero contar historias. Historias de verdad, que inspiren, sobre personas que cambian las cosas, historias realistas que ayuden a tomar decisiones, que nos hagan pensar y soñar. Una historia es muy importante, pero no simples cuentos, recuerdos o hazañas, sino la vida misma. Por esto estudio Historia, porque desde los once años quería ver cómo hemos pensado y hasta dónde hemos llegado desde que nos convertimos en Sapiens. En el fondo, quería descubrir el mundo como Heródoto, Alejandro Magno, Marco Polo y Cristóbal Colón.

Pero ya de pequeño, tenía claro que no podía ser solo un cronista, un testigo mundano con pluma y papel. Yo aspiraba a algo más, a llegar al final de los hechos. Quería conocer a los protagonistas que me cruzase por el camino. Y recuerdo bien a Miguel Gil, sin miedo a nada, corriendo en busca de historias y sin chaleco antibalas. Era uno de esos héroes que valoran unos pocos, un hombre que se acercaba a la realidad para absorber hasta la última gota y vivirla y… ¿Lo mejor? No lo hacía por egoísmo, lo hacía para contárselo a los demás. Y mi envidia y yo atravesábamos la pantalla queriendo estar allí, porque el buen periodista vive las historias que puede contar.

Ahora cada vez veo menos televisión, lo hago por compromiso, porque es lo que toca por estudiar lo que estudio, ¿no? Cada vez consulto menos los periódicos on-line y ya casi nunca escucho la radio. Estoy cansado y me duelen los ojos de tanta hipocresía que nos regala este nuevo “periodismo”. Alguien me dijo una vez que nuestro cerebro almacena en la medida de lo posible aquello que cree importante y acabamos tan saturados de información que hoy somos el resultado de la peor enfermedad del mundo: opinionitis. Todo el mundo tiene algo que decir sobre cualquier cosa. Todo el mundo es periodista. Y es cierto, como si tuviéramos esa necesidad de retweetearlo todo.

A la opinionitis se la suma la ideología, o más bien la necesidad absurda de aferrarnos a un grupo, a cualquiera que defienda una idea. Y no es malo que cada medio de comunicación se apoye en una línea editorial e informe desde unas circunstancias concretas, pero falta una cultura periodística que no se practica en España, la SERIEDAD. Quizá es porque no da mucho dinero o simplemente porque hemos perdido el respeto a la realidad. Pero ya es hora de ponernos serios, de ser profesionales, de aportar calidad a la información y a la opinión.

Cuando entré en la facultad de Comunicación lo hice soñando con dirigir mi propio periódico, con ser una especie de Pedro J., sin pelos en la lengua pero con casco de guerrillero, micrófono y verdad en la mano. Pero ahora me doy cuenta de que solo quiero ser Inas Benguría, un periodista al servicio de la verdad y de las personas que quieran enfrentarse a ella.