Miguel Gil corre junto a un miliciano duranta la guerra de Bosnia en 1993
Quiero
contar historias. Historias de verdad, que inspiren, sobre personas que cambian
las cosas, historias realistas que ayuden a tomar decisiones, que nos hagan
pensar y soñar. Una historia es muy importante, pero no simples cuentos,
recuerdos o hazañas, sino la vida misma. Por esto estudio Historia, porque desde
los once años quería ver cómo hemos pensado y hasta dónde hemos llegado desde
que nos convertimos en Sapiens. En el
fondo, quería descubrir el mundo como Heródoto, Alejandro Magno, Marco Polo y Cristóbal
Colón.
Pero ya de pequeño, tenía claro que
no podía ser solo un cronista, un testigo mundano con pluma y papel. Yo
aspiraba a algo más, a llegar al final de los hechos. Quería conocer a los
protagonistas que me cruzase por el camino. Y recuerdo bien a Miguel Gil, sin
miedo a nada, corriendo en busca de historias y sin chaleco antibalas. Era uno
de esos héroes que valoran unos pocos, un hombre que se acercaba a la realidad para
absorber hasta la última gota y vivirla y… ¿Lo mejor? No lo hacía por egoísmo,
lo hacía para contárselo a los demás. Y mi envidia y yo atravesábamos la
pantalla queriendo estar allí, porque el buen periodista vive las historias que
puede contar.
Ahora cada vez veo menos televisión,
lo hago por compromiso, porque es lo que toca por estudiar lo que estudio, ¿no?
Cada vez consulto menos los periódicos on-line y ya casi nunca escucho la
radio. Estoy cansado y me duelen los ojos de tanta hipocresía que nos regala este
nuevo “periodismo”. Alguien me dijo una vez que nuestro cerebro almacena en la
medida de lo posible aquello que cree importante y acabamos tan saturados de
información que hoy somos el resultado de la peor enfermedad del mundo: opinionitis. Todo el mundo tiene algo
que decir sobre cualquier cosa. Todo el mundo es periodista. Y es cierto, como
si tuviéramos esa necesidad de retweetearlo
todo.
A la opinionitis se la suma la ideología, o más bien la necesidad
absurda de aferrarnos a un grupo, a cualquiera que defienda una idea. Y no es
malo que cada medio de comunicación se apoye en una línea editorial e informe
desde unas circunstancias concretas, pero falta una cultura periodística que no
se practica en España, la SERIEDAD. Quizá es porque no da mucho dinero o
simplemente porque hemos perdido el respeto a la realidad. Pero ya es hora de
ponernos serios, de ser profesionales, de aportar calidad a la información y a la
opinión.
Cuando entré en la facultad de
Comunicación lo hice soñando con dirigir mi propio periódico, con ser una
especie de Pedro J., sin pelos en la lengua pero con casco de guerrillero,
micrófono y verdad en la mano. Pero ahora me doy cuenta de que solo quiero ser
Inas Benguría, un periodista al servicio de la verdad y de las personas que
quieran enfrentarse a ella.